Las lentejas yacían desparramadas sobre el hule donde estaban dibujadas todas las provincias españolas. Mi abuela, con la pericia que dan los años, retiraba sin pestañear las pequeñas piedras que se mezclaban con las legumbres.

Yo, con las semillas más gordas, construía una imaginaria carretera para salir de aquel pueblo y marchar muy lejos. En el precipicio de la mesa camilla las principales catedrales hacían malabares para no despeñarse. Allí estaban dibujadas casi todas, porque la de mi ciudad, la más bonita para mí, no aparecía.

Han pasado los años y hoy recorro aquella quimérica carretera convertida en autovía. Regreso al lugar de partida. La muerte de la abuela reúne en torno a la mesa camilla a la cada vez más menguada familia.

Al hule se le han borrado las fronteras de las provincias y ya no se escogen las lentejas. Su urna descansa en una estantería, entre una lata alta de chapa que un día contuvo galletas y ahora tiene lentejas y unas latas de lentejas cocinadas donde se puede leer «al estilo de la abuela».

Dalmiro Gavilán Santos, de Zamora.

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