Desperté al despuntar el alba. Con la fresca y la capacha llena salí a lomos de Jovero. En la casona dejé a mi padre, con el espinazo doblado, haciendo bancales en el huerto. Poco después llegué al extenso campo. Allí estaban los labriegos más tempraneros arrancando con decisión las lentejas. Afanados, movían sus brazos de forma grácil, entonando agradables cantos, a la par que otros recolectábamos el cultivo con nuestras agrietadas manos y hacíamos montones.

Era un día caluroso en pleno mes de julio. Había que reponer fuerzas… Llené la cantarica en un brazal cercano y almorcé los exquisitos huevos que daban mis gallinas de crestas encarnadas.

Antes del atardecer, los mulos acarrearon los fajos ya secos, camino a la era. Allí se trillaba y aventaba… Fue entonces cuando surgieron ante mí, aquellas minúsculas «pepitas de oro pardo» que me dejaron totalmente embelesado… Aquel anhelado tesoro nos alimentaba y permitía que, una estación más, nuestros desnutridos cuerpos se mantuviesen en pie.

Tierra de Campos, la tierra que me vio nacer, siempre proveía, nunca nos desamparaba.

Alicia Belén Torres Muñoz, de Almería.

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