Las lentejas están riquísimas, Carmen –dijo mi marido. Eres una excelente cocinera, siempre lo has sido. Y era verdad que ese martes, el potaje de lentejas estaba exquisito, en su punto justo de sal, con sus trocitos de verdura, de patatas, de chorizo y con su caldo espesito, tal y como a mí me gustaba. Pero mi marido me engañaba, pues yo no fui quien las había cocinado, sino él. Él, el que ese martes, creyéndome dormida, abrió el primer cajón del mueble del salón, ojeó mi libreta de las recetas, entró en la cocina y siguió paso a paso la de las lentejas. Él, mi querido esposo, que olvida que hay días en que se me despeja la pantalla blanca que me oprime el cerebro y parece que mi vida y mis recuerdos vuelven a encajar en el sitio en el que solían estar antes de que esta maldita enfermedad me los pusiera patas arriba. Solté la cuchara y mirándolo a los ojos, le dije: gracias, cariño, pero el próximo martes, las cocinas tú. Ya es hora de que aprendas. Para ayudarte, puedes coger mi libreta de las recetas. Está en el primer cajón del mueble del salón.

Trini Pestaña Yáñez, de Martos (Jaén)

Escucha el microrrelato