El restaurante apareció de repente en el texto que estaba escribiendo. No supe explicarme cómo había surgido allí. En la trama literaria en la que trabajaba no había dispuesto que existiera ningún local de este tipo. Era cierto que en el argumento en el que trabajaba el protagonista soportaba desde hacía algunas páginas un hambre voraz, pero yo no tenía previsto aliviársela. Sin mi consentimiento, el personaje entró en el restaurante y pidió el plato de lentejas estofadas que figuraba en el menú. Tras degustarlas con deleite, volvió al lugar donde yo le había dejado y esperó a que continuara la trama. Proseguí como si no hubiera sucedido nada. Cuando terminé el relato, conservé aquel episodio del restaurante como si lo hubiera escrito yo. A veces, a los personajes, hay que dejarles un poco de libertad.

Concha Fernández González – El Casar (Guadalajara)