Todo estaba oscuro y la soledad calaba en mi interior más aún que la humedad fría del entorno. Sentía un gran dolor dentro de mí, como si fuese a desgarrarme, y no podía más que llorar y llorar.

<<¿Por qué a mí? Apenas había vivido. ¿Por qué tenía que morir tan pronto?>>

Y llegó el momento. No podía más. Me dejé llevar, dejé de luchar y respiré hondo por última vez. Me relajé y entonces todo ocurrió.

Noté cómo mi interior se desgarraba, cómo todo el dolor que llevaba dentro salía, y de pronto, todo cambió. De pronto, yo fui la que cambió. Me di cuenta de que había estado luchando contra mi propia naturaleza. La paz venía de aceptar el que era mi destino. Y así, dejé que la vida se abriese paso, dejé de pelear con ella.

Al fondo, una luz intensa se abrió ante mis ojos y escuché una voz ilusionada:

⎯ ¡Mamá, la lenteja del proyecto de ciencias ya ha echado raíz!

Irene Rodríguez Ríos, de Amorebieta (Vizcaya).

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