febrero 25, 2023

Tercer premio: «La bordadora»

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Mi abuela se llamaba Catalina y nunca salió de su pueblo. Siempre decía que no necesitaba viajar porque bordando podía tener ante sí los mejores paisajes del mundo. Lo cierto era que las madres del pueblo se rifaban sus labores para los ajuares de sus hijas. «Anda, Catalina, bórdame unas sábanas o unos manteles para la muchacha, que se casa en junio», repetían. Siempre tenía una sonrisa para las vecinas, que solían pagar en gallinas, en chorizos, en un bizcocho grande hecho en el horno del pueblo o en un saco de lentejas que luego devorábamos sus nietos.

Cuando empezó a perder la vista, sus bordados se convirtieron en una explosión de color: los pétalos fucsias se apoyaban en tallos azules y los estambres morados parecían querer llamar a las abejas verdes y rojas que colaba de vez en cuando en alguno de sus edredones.

Un día mi abuela se quedó dormida con la aguja en la mano y el bastidor sobre las rodillas. Todo el pueblo sacó sus bordados al balcón para darle la última despedida a Catalina, que no viajó mucho pero llenó el mundo de flores y colores desde la mesa camilla de su casa.

Patricia Tablado Félix, de Alcorcón (Madrid)

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Narrado por David Sentinella